"Don Quijote miró a su contendor y hallóle ya puesta y calada la
celada, de modo que no le pudo ver el rostro, pero notó que era hombre
membrudo y no muy alto de cuerpo. Sobre las armas traía una sobrevista o
casaca de una tela al parecer de oro finísimo, sembradas por ella
muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos, que le hacían en
grandísima manera galán y vistoso;
volábanle sobre la celada grande cantidad de plumas verdes, amarillas y
blancas; la lanza, que tenía arrimada a un árbol, era grandísima y
gruesa, y de un hierro acerado de más de un palmo.
Todo lo miró y todo lo notó don Quijote, y juzgó de lo visto y mirado
que el ya dicho caballero debía de ser de grandes fuerzas; pero no por
eso temió, como Sancho Panza, antes con gentil denuedo dijo al Caballero
de los Espejos:
-Si la mucha gana de pelear, señor caballero, no
os gasta la cortesía, por ella os pido que alcéis la visera un poco,
porque yo vea si la gallardía de vuestro rostro responde a la de vuestra
disposición.
-O vencido o vencedor que salgáis desta empresa,
señor caballero -respondió el de los Espejos-, os quedará tiempo y
espacio demasiado para verme; y si ahora no satisfago a vuestro deseo,
es por parecerme que hago notable agravio a la hermosa Casildea de
Vandalia en dilatar el tiempo que tardare en alzarme la visera, sin
haceros confesar lo que ya sabéis que pretendo".
Del capítulo XIV de la segunda parte.
Miguel de Cervantes.
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