"-Limpia entré en poder del que el cielo me dio por mío, limpia he de
salir dél; y, cuando mucho, saldré bañada en mi casta sangre y en la
impura del más falso amigo que vio la amistad en el mundo.
Y
diciendo esto se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dando tan
desconcertados y desaforados pasos y haciendo tales ademanes, que no
parecía sino que le faltaba el juicio y que no era mujer delicada, sino
un rufián desesperado.
Todo lo miraba Anselmo, cubierto detrás de unos tapices donde se había
escondido, y de todo se admiraba, y ya le parecía que lo que había visto
y oído era bastante satisfacción para mayores sospechas y ya quisiera
que la prueba de venir Lotario faltara, temeroso de algún mal repentino
suceso. Y estando ya para manifestarse y salir, para abrazar y
desengañar a su esposa, se detuvo porque vio que Leonela volvía con
Lotario de la mano; y así como Camila le vio, haciendo con la daga en el
suelo una gran raya delante della, le dijo:
-Lotario, advierte
lo que te digo: si a dicha te atrevieres a pasar desta raya que ves, ni
aun llegar a ella, en el punto que viere que lo intentas, en ese mismo
me pasaré el pecho con esta daga que en las manos tengo. Y antes que a
esto me respondas palabra, quiero que otras algunas me escuches, que
después responderás lo que más te agrade".
Del capítulo XXXIV de la primera parte.
Miguel de Cervantes.
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