"Aquí dio fin el canto de la malferida Altisidora y comenzó el
asombro del requirido don Quijote, el cual, dando un gran suspiro, dijo
entre sí: «¡Que tengo de ser tan desdichado andante que no ha de haber
doncella que me mire que de mí no se enamore! ¡Que tenga de ser tan
corta de ventura la sin par Dulcinea del Toboso que no la han de dejar a
solas gozar de la incomparable firmeza mía! ¿Qué la queréis, reinas? ¿A
qué la perseguís, emperatrices? ¿Para
qué la acosáis, doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la
miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso
darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma. Mirad, caterva
enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfenique, y para
todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras
acíbar; para mí sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la
gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las
livianas y las de peor linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me
arrojó la naturaleza al mundo".
Del capítulo XLIIII de la segunda parte.
Miguel de Cervantes.
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