“(...) Se fue (Dorotea) a hincar de rodillas ante las de don Quijote; y aunque él pugnaba por levantarla, ella, sin levantarse, le fabló en esta guisa:
-De aquí no me levantaré, ¡oh valeroso y esforzado caballero!, fasta que la vuestra bondad y cortesía me otorgue un don, el cual redundará en honra y prez de vuestra persona y en pro de la más desconsolada y agraviada doncella que el sol ha visto (…).
(…) Y estando en esto se llegó Sancho Panza al oído de su señor y muy pasito le dijo:
-Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide, que no es cosa de nada: sólo es matar un gigantazo, y esta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicón de Etiopía.
-Sea quien fuere –respondió don Quijote-, que yo haré lo que soy obligado y lo que me dicta mi conciencia, conforme a lo que profesado tengo.
Y volviéndose a la doncella dijo:
-La vuestra gran fermosura se levante, que yo le otorgo el don que pedirme quisiere”.
Del capítulo XXIX de la primera parte.
Miguel de Cervantes.
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