"(...) Pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería,
socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de
su espada, en altas e inteligibles voces dijo:
-Ninguna persona,
de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa
Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha
mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha
tenido en la muerte de Grisóstomo y cuán ajena vive de condescender con
los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en
lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los
buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan
honesta intención vive.
O
ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo
que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los
pastores se movió ni apartó de allí, hasta que, acabada la sepultura y
abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin
muchas lágrimas de los circunstantes".
Del capítulo XIV de la primera parte.
Miguel de Cervantes.
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