Acto tercero. Escena tercera.
YAGO: ¿Qué moquero?
EMILIA: "¡Qué moquero!" ¡Pardiez!, el moquero que el moro dio como primer regalo a Desdémona, que tantas veces me aconsejásteis hurtar.
YAGO: ¿Y se lo has hurtado?
EMILIA: No, a fe mía; lo dejó caer por descuido, y como estaba yo presente, me aproveché de esta ocasión favorable para cogerlo. Miradlo, aquí está.
YAGO: Eres una buena chica; dámelo.
EMILIA: ¿Qué intentáis hacer con él, para haberme instado tan reiteradamente a que lo escamotease?
YAGO: (Arrebatándole el pañuelo) ¡Pardiez! ¿Qué os importa?
EMILIA: Si no es para algún asunto de importancia, devolvédmelo. ¡Pobre señora! Va a volverse loca cuando advierta que le falta.
YAGO: Fingid no saber de ello. Tengo necesidad de él. Idos, dejádme. (Sale Emilia)
YAGO: Voy a extraviar este pañuelo en la habitación de Cassio y a dejarle que lo encuentre. Bagatelas tan ligeras como el aire son para los celosos pruebas tan poderosas como las afirmaciones de la Sagrada Escritura. Esto puede acarrear algo. El moro se altera ya bajo el influjo del veneno. Las ideas funestas son, por su naturaleza, venenos que en principio apenas hacen sentir su mal gusto; pero, a poco que obran sobre la sangre, abrasan como minas de azufre... Tenía yo razón. ¡Mirad, aquí viene! ¡Ni adormidera, ni mandrágora, ni todas las drogas soporíferas del mundo te devolverán jamás el dulce sueño que poseías ayer. (Entra Otelo)
OTELO: ¡Ah! ¡Ah! ¡Pérfida conmigo!
OTELO: ¡Ah! ¡Ah! ¡Pérfida conmigo!
YAGO: ¡Pardiez! ¿Qué hay, general? ¡No más de eso!
OTELO: ¡Atrás! ¡Vete! ¡Me has puesto en el potro! Juro que vale más ser engañado mucho que saber sólo un poco.
YAGO: ¿Qué es esto, mi señor?
OTELO: ¿Qué sentimiento tenía yo de sus horas furtivas de lujuria? Yo no las veía, no pensaba en ellas, no me hacían sufrir. La noche última dormí bien, comí bien, estaba alegre, y mi espíritu era libre; no hallaba en su boca los besos de Cassio. Al que ha sido robado y no se ha enterado de la falta de lo sustraído, dejadle en la inocencia del hurto, y no habrá sido robado del todo.
YAGO: Estoy apesadumbrado de oíros esto.
OTELO: Habría sido feliz, aun cuando el campamento entero, con gastadores y todo, hubiera gozado de su dulce cuerpo, con tal de no haber sabido nada. ¡Oh! Ahora, ¡adios para siempre a la tranquilidad del espíritu! ¡Adios al contento!
1 comentario:
Je, je, bonita obra ☺
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